El termómetro se ha hecho tan imprescindible como el reloj, porque consultamos la temperatura con tanta frecuencia como la hora.
Desde que nos hemos convertido en meteorólogos aficionados, no necesitamos que nadie nos confirme que septiembre y octubre han sido más calurosos que julio y agoto.
Por supuesto que no hablamos en términos absolutos, con los cuarenta grados normalizados en verano.
Sin embargo, las temperaturas otoñales han sido más sorprendentes frente a las habituales que las veraniegas.
Reconozcamos que unas semanas de calor endulzado han sido bienvenidas.
Pero llega un momento en que el recalentamiento pierde su gracia.
Baleares se ha convertido en una geografía francamente hostil durante el verano, por mucho que nos afanemos en disimularlo.
Pensábamos que la situación se estabilizaría en otoño, pero cada estación empeora a la anterior.
Ocurre consecutivamente, sin necesidad de comparar años próximos.
Puede que se trate de una singularidad, conviene que se trate de una singularidad.
Porque la imagen de un cambio climático acelerado y desbocado es demasiado horrorosa para contemplarla desde esta geografía ya sahariana.
Fuente: Cadena SER
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