lunes, 24 de enero de 2022

Las Maldivas se están hundiendo en el océano Índico ¿y ahora qué?

 Independientemente de que sus 800 km de playas puedan sobrevivir al cambio climático, el país tropical nunca será el mismo.



"Mis momentos más tranquilos son en el agua", dice Thoiba Saeedh, antropóloga, justo antes de que una lancha nos lleve a través del cristalino océano Índico hacia la pequeña isla de Felidhoo, en las Maldivas. La lancha traza una estela entre islas cubiertas de palmeras y bordeadas de arena (algunas de ellas con villas de vacaciones alineadas con embarcaderos de madera) mientras una manada de delfines revolotea entre el suave oleaje, y los peces voladores se lanzan brincando en aire.



2500 años de vida marítima han conformado la cultura y la identidad de los habitantes de las Maldivas, un país de 1196 islas de baja altitud dispuestas en una doble cadena de 26 atolones de coral, tan planos que apenas traspasan el horizonte.


Los extranjeros conocen las islas por dos cosas: las vacaciones en la playa y la posibilidad de que las Maldivas se conviertan en el primer país de la Tierra en desaparecer por culpa del aumento del nivel del mar. Eso incluye a Felidhoo, donde Saeedh quería mostrarme una cultura y un modo de vida que ya están desapareciendo.


Ahora, mientras el ritmo del cambio climático se acelera, esta pequeña nación intenta ganar tiempo, con la esperanza de que los líderes mundiales reduzcan las emisiones de carbono antes de la inevitable desaparición de las Maldivas. El archipiélago ha apostado su futuro (junto con una importante suma del erario público) a la construcción de una isla artificial elevada que podría albergar a la mayoría de la población de casi 555 000 personas. Mientras tanto, una empresa de diseño holandesa planea construir 5000 viviendas flotantes en pontones anclados en una laguna frente a la capital.


Estas medidas pueden parecer extremas, pero son tiempos extremos para las Maldivas. Como dijo el Presidente Ibrahim Mohamed Solih a los líderes mundiales en la conferencia de las Naciones Unidas sobre el clima celebrada el pasado otoño en Escocia (COP26): "La diferencia entre 1,5 grados y 2 grados (Celsius) es una sentencia de muerte para las Maldivas". Y esta tan sólo ha sido la más reciente llamada de socorro: hace una década, el predecesor en el cargo de Solih, Mohammed Nasheed, tomó una insólita decisión: convocó una reunión del gabinete (bajo el agua y con equipo de buceo) y propuso trasladar a toda la población a Australia por seguridad.


El cambio de la vida insular en lugares como Felidhoo a una plataforma artificial cargada de rascacielos y bautizada como la Ciudad de la Esperanza también conlleva una advertencia que merece la pena tener en cuenta, ya que el cambio climático causa cada vez más estragos en todos los continentes: podemos perder el quiénes somos incluso antes de perder el dónde estamos. Y si las Maldivas consiguen sobrevivir al cambio del planeta, surge una pregunta evidente: ¿qué se salvará y qué se perderá?


Los atolones se formaron a partir de volcanes prehistóricos 

Un millón de años antes de que desaparecieran los dinosaurios, la placa tectónica de la India se desplazó hacia el norte, abriendo una brecha en la corteza terrestre de la que surgió una cresta de picos volcánicos. Con el tiempo, los picos se erosionaron para formar los atolones de las Maldivas, cubiertos de coral.


La superficie total del país es de sólo 297 kilómetros cuadrados en unos 90 000 kilómetros cuadrados de océano, con pocas islas de más de un kilómetro cuadrado. La precisión y diferenciación a la hora de hablar de mar y tierra es importante. "Cuando digo tierra, incluyo el agua", dice Saeedh. "Para nosotros, el agua no está separada de la tierra; la 'tierra' es el agua y la isla en su conjunto, porque ahí es donde vivimos". En otras palabras, cuando el océano constituye más del 99% de tu país, más vale que lo ames.


Las propias islas tienen una cualidad efímera: bancos de arena sobre coral vivo, crecen y se encogen, suben y bajan, dependiendo de las corrientes marinas y los depósitos de arena. La lista de "islas desaparecidas" de las Maldivas es larga.


La mayoría de las islas (incluida la capital, Malé) están a un metro y medio por encima del nivel del mar; los científicos del clima prevén que se inundarán a finales de siglo. Hulhumalé, la plataforma de rescate hecha por el hombre, tiene una elevación de 1,9 metros.


La urbanización fue ideada en 1997 mediante un hercúleo dragado de millones de toneladas de arena que fueron usadas como relleno para convertir dos lagunas poco profundas adyacentes en 428 hectáreas de arena compactada. En estas islas, esta clase de construcciones son consideradas terreno nuevo.


"Dos tercios de la población pueden alojarse en estas dos islas principales", asegura Ismail Shan Rasheed, estratega de planificación de la Corporación de Desarrollo de Hulhumalé.


En muchos sentidos, Hulhumalé es una fantasía urbanística, como el inicio del videojuego de desarrollo urbano SimCity. Se han construido parques y apartamentos, mezquitas y tiendas, pistas de patinaje y aceras, escuelas y carreteras, en lo que parece una ciudad costera bien ordenada que se conectó con Malé en 2018 mediante un puente de un kilómetro de longitud.




El propio Rasheed se trasladó a Hulhumalé en 2013, procedente de un angosto apartamento en Malé en el que sus hijos no tenían espacio exterior para jugar y en el que el asma de su hija menor se veía agravado por los gases de escape. Buscó los parques públicos, los espacios verdes y el aire fresco de la ciudad planificada, explicó Rasheed, señalando un modelo a escala del nuevo desarrollo en el que edificios del tamaño de una caja de cerillas se alinean en amplios bulevares. "Desde el momento en que nos mudamos a Hulhumalé, todo le pareció bien", recordó.




Pero aún queda mucho por hacer: la primera fase ya parece una ciudad costera bien ordenada; la segunda, aún es un trabajo en curso. El pasado mes de septiembre, Aishah Moosa se mudó a la parte más nueva de Hulhumalé, donde un grupo de 16 bloques de torres de 24 pisos está rodeado de dunas de grava, aparcamientos a medio construir y montones de basura.


En cada torre viven varias islas. Moosa se mudó de un piso de una habitación en Malé, que compartía con su hermana y dos sobrinos, a un apartamento de tres habitaciones en la última planta de "H-2". "Hay mucha gente viviendo aquí", dice. "No conocemos a nuestros vecinos".


Aquí se está mejor, pero no mucho. "Vivimos en estas torres porque no tenemos otra opción", afirma Moosa. "Nos encantaría vivir en las islas, pero no hay educación ni hospitales". Su nuevo hogar no sustituye a las comunidades de la isla. Pero su minúsculo balcón de color caléndula ofrece lo que antes era impensable: una gran altitud en un país que casi no la tiene. "No estamos acostumbrados a vivir a esta altura", dice, mirando nerviosamente por encima de la barandilla del balcón.


La armonía con una naturaleza, en peligro

Curiosamente, para un país que se está hundiendo, el aumento del nivel del mar es una característica notablemente inusual de las conversaciones diarias entre vecinos. Los maldivos dejan eso para los políticos o los activistas. Como las Maldivas son un país musulmán, muchos dicen que el futuro está en manos de Alá. El océano también ha sido considerado una amenaza, mucho antes de que los mares empezaran a subir; el tsunami de 2004, por ejemplo, mató a un centenar de personas.




Y, en contra de la imagen de Robinson Crusoe descalzo que vende la industria turística de las Maldivas, la población permanente se enfrenta a los mismos problemas urbanos que afligen a las naciones más grandes sin salida al mar. El turismo y el dinero que trajo consigo impulsaron el rápido desarrollo de complejos turísticos exclusivos y el crecimiento explosivo de Malé. La ciudad se asienta en menos de 2,5 kilómetros cuadrados de tierra, pero alberga a 193 000 personas, lo que la convierte en una de las ciudades más densamente pobladas del mundo.

Y el sueño es que la Ciudad de la Esperanza pueda resolver algunos de los otros males de la nación proporcionando mejores escuelas y buenos trabajos en un país donde el desempleo ha alcanzado el 15%.

"¡Nos hemos desarrollado como un boom!", dice Fayyaz Ibrahim, propietario de una tienda de buceo de unos 50 años, que aún recuerda las tranquilas calles con pocos coches, cuando su familia se trasladó a la ciudad en 1974 en busca de mejores empleos, escuelas y servicios básicos. A medida que el turismo despegaba, el mundo moderno se fue introduciendo a un ritmo vertiginoso. Siglos de desarrollo urbano se sucedieron en décadas.

En la actualidad, las estrechas calles de Malé son un ir y venir de motocicletas que se entrecruzan, sus edificios cada vez más altos están llenos de enchufes de aire acondicionado y forrados de andamios, y su hormigón se extiende hasta el borde del agua. Generadores diésel del tamaño de un almacén mantienen la electricidad; el agua desalinizada industrialmente sale de los grifos; la basura se carga en barcazas y se vierte en una isla cercana; los tetrápodos de hormigón, como gigantescas piedras de mar, se apilan a lo largo del rompeolas para mantener el mar a raya. Malé, al igual que el coral sobre el que se asienta, está en continua construcción.

FUENTE: nationalgeographic.es

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